Crítica "The Lost Boys": apasionante y política historia de amor entre jóvenes y presos

Dentro de los austeros muros de un centro de detención de menores, el amor se atreve a florecer contra todo pronóstico en la audaz y tierna ópera prima de Zeno Graton. Tras otro de sus muchos intentos de fuga, el inquieto Joe (brillantemente interpretado por Khalil Ben Gharbia) es enviado de nuevo a este centro prohibitivo. Su mente errante despierta nuevos deseos con la llegada de William (Julien De Saint Jean), un preso aficionado a saltarse las normas. Aunque la huida física sigue siendo difícil, la atracción mutua entre los dos chicos constituye un medio de rescate emocional.

Imbuidos de pasión al rojo vivo y de ternura, su intenso vínculo desafía el sistema de normas y vigilancia que rige todos sus movimientos. Ahora los días no sólo vienen acompañados de tareas y lecciones, sino también de besos y abrazos. Por la noche, la pareja de enamorados aprieta sus cuerpos contra el muro que separa sus celdas, y mientras la música de la radio de Joe flota hasta William, esta poderosa escena rinde homenaje al clásico cortometraje queer de Jean Genet Un Chant d'Amour, en el que dos presos comparten un cigarrillo a través de un agujero en el muro de la prisión.

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La película de Graton también hace hincapié en el abuso estructural que conduce a los detenidos a una vida delictiva, frente a la cual las medidas de rehabilitación y las buenas intenciones de los trabajadores sociales resultan igualmente inadecuadas. Durante un ejercicio de poesía, Joe, ahogado por las emociones, lee su pieza en voz alta, hablando de su vida familiar rota y del racismo sistémico que soporta como joven francés de ascendencia árabe. Sin embargo, al igual que el símbolo del ouroboros que William tatúa amorosamente en Joe, la película también mira hacia otro tipo de ciclo: la posibilidad de renacimiento espiritual, como se ve en el amor que fundamenta a la pareja.