Juegos Salvajes
El robo de unas obras maestras del Greco, joyas del museo local, supone un auténtico terremoto en la población costera de Sitges. Este es el punto de partida de la trama que desarrolla Nacho Zubizarreta. De su mano recorreremos las pintorescas calles de la meca del turismo gay del Mediterráneo, salpicadas de drags trasnochadas, madres pesadas, vecinas quisquillosas, chulazos y policías maternales, para adentrarnos como quien no quiere la cosa, en los rincones más sórdidos del alma humana.
Juegos Salvajes es un thriller dramático con pinceladas de terror, momentos de comedia e incluso capítulos de una dureza no apta para estómagos delicados. En ese sentido, Nacho Zubizarreta se apunta (como ya hiciera en su primera novela, la nada desdeñable Nada es cierto) a la tendencia de mezclar diferentes géneros.
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Lucas Rozman, reservado ex mosso d’esquadra gay, se ve obligado, por cuestiones familiares, a investigar el paradero de las obras maestras del pintor cretense. A la vez, trabaja como vigilante nocturno de una mansión en ruinas sobre un acantilado que un grupo hotelero está reconstruyendo para convertirla en un establecimiento de lujo. Mientras recorre los fantasmales pasillos y salones de la casa, irá descubriendo que el robo de los cuadros del Greco así como otros sucesos ocurridos recientemente (el suicidio de una mujer lanzándose a las vías del tren, la desaparición de una directora de cine años atrás, la llegada de un misterioso pero atractivo muchacho, e incluso el pavoroso incendio que asoló medio parque Natural del Garraf en 1994), están relacionados con un terrible suceso ocurrido entre aquellas paredes años atrás. Mientras, el bueno de Lucas deberá lidiar con su madre (maravillosa metomentodo) y con su propio novio, un chico más joven que él, con el que no acaba de entenderse.
Se agradecen los denodados esfuerzos que realiza el escritor por brindarnos una novela ágil, de ritmo endiablado que es apta tanto para lecturas de evasión como para aquellos que prefieren textos con reflexiones más profundas. En ese sentido, Juegos Salvajes presenta uno de los finales más “desconcertantes” que uno recuerda. A la crudeza de las descripciones debe sumarse la cuestión moral a la que se enfrenta el personaje principal. Estemos de acuerdo o no con la decisión que toma el protagonista, resulta estimulante que se nos plantee un dilema sobre el que podamos especular, si así lo queremos.
Zubizarreta se muestra ágil escogiendo a Sitges como telón de fondo de sus novelas. El retrato costumbrista de los habitantes del pueblo sirve de contrapunto a crudeza de las tramas que se inventa. Por otro lado agradezco enormemente que aborde la homosexualidad con una naturalidad carente de complejos. Juegos Salvajes no se centra en cuestiones identitarias; Lucas es gay y ya está. Ni le crea problemas, ni rechazos ni sufre por ello más que cualquier otro individuo independientemente de su orientación sexual.
Así pues Juegos Salvajes supone una agradable lectura, vigorosa y sorprendente. Un paso más que afianza al autor como una de las plumas más interesantes del panorama narrativo gay nacional.
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