Conoce la obra Watershed: La muerte del Dr. Duncan
El río Karrawirra Parri/Torrens atraviesa el corazón de Adelaida y, durante la semana inaugural del festival de Adelaida, se ilumina como si fuera Navidad: incluso el cercano Adelaide Oval se baña con los colores del arco iris del orgullo.
En el interior del Dunstan Playhouse, Watershed también se construye en torno al agua. Detrás de un sencillo escenario blanco se proyecta una tranquila escena, cuyo material se ha filmado en un lugar situado a unos cientos de metros del río. Una figura solitaria (Mason Kelly) desciende de las vigas a cámara lenta; suspendido de un cable con una camisa desabrochada que cubre dramáticamente su cuerpo, posa como un ídolo de una obra de arte renacentista: San Sebastián, quizás, o Cristo en la Piedad de Miguel Ángel.
Mientras flota sobre el escenario, los 18 cantantes de cámara de Adelaida narran un momento de hace 50 años. "Las ofrendas de la noche son de sudor, saliva y semen", cantan con una reverencia propia de una iglesia.
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Es la escena de un beat, un lugar donde los hombres se reunían después de la puesta de sol sin hablar ni intercambiar nombres. Mientras la bailarina gira en el aire, las letras revelan los ritmos secretos del beat y sus rituales, su ternura y su dureza, de manera que convierten este rito de los avergonzados y marginados en una especie de sacramento.
Pero el hombre no está volando: se está ahogando. La noche del 10 de mayo de 1972, el Dr. George Ian Ogilvie Duncan, profesor de derecho de la Universidad de Adelaida, fue arrojado al río. Las circunstancias de su asesinato, la presunta implicación de los agentes de policía y su repercusión en la reforma de los derechos de los homosexuales en el sur de Australia, líder en el país, son el tema de esta obra de nuevo encargo, que se estrena justo antes del 50º aniversario de la muerte de Duncan.
Mason Kelly y Ainsley Melham en Watershed. Fotografía: Andrew Beveridge
Watershed se presenta como un oratorio; no es una ópera completamente escenificada, pero las canciones son interpretadas con sencillas y poderosas florituras por el director, Neil Armfield, y el coreógrafo, Lewis Major, una moderación que se ajusta a la sobriedad de la ocasión.
Los libretistas, Alana Valentine y Christos Tsiolkas, se esfuerzan por contar su historia en forma de canción. Se resisten a la tentación de presentar a Duncan como un héroe martirizado; era un hombre tranquilo y reservado que quizá nunca se identificó como homosexual ni se imaginó a sí mismo como una figura que defendiera los derechos de los homosexuales.
También hay que tener en cuenta el privilegio y el estatus que permitieron que la muerte de este profesor pinchara en la conciencia de la corriente principal de Adelaida de un modo que no lo hicieron las incontables víctimas anónimas de anteriores ataques a homosexuales. En este sentido, Ainsley Melham aparece como el "Niño Perdido", un narrador sin nombre, con capucha, vaqueros y camiseta, que nos pasea y canta por las secuelas de la muerte de Duncan, al tiempo que plantea la siguiente pregunta: ¿cuántos otros tuvieron un destino similar sin pasar a la historia?
Dirigidos por los habituales de la Ópera Estatal de Australia Meridional Pelham Andrews y Mark Oates, que encarnan a diversos actores históricos, entre ellos el ex primer ministro de Australia Meridional Don Dunstan, los cantantes de cámara, vestidos con los grises y marrones de la época, representan el impacto del ahogamiento en toda Adelaida, mientras la partitura del compositor Joe Twist se desvía hacia la ópera rock y la música disco.
Dunstan (Oates) explica en forma de canción la dificultad de la reforma parlamentaria que, incluso después de un acontecimiento tan explosivo, es un maratón de tres años de contratiempos y compromisos. Este oportuno eco del actual tira y afloja parlamentario sobre los derechos de las personas queer no es tan claramente conmovedor como la inspirada pieza inicial (¿cómo podría serlo?), pero hay una sensación de estar dando testimonio.
Mark Oates como Don Dunstan y Mason Kelly como George Duncan. Fotografía: Andrew Beveridge
Un breve momento de júbilo se produce a raíz de la despenalización en 1975; la música se pone a bailar, los Chamber Singers se contonean y un pase de diapositivas de fotos granuladas de fiestas coloridas y amigos radiantes insinúan el efecto liberador que este avance legislativo tuvo para generaciones de personas queer.
Sin embargo, las cuestiones de justicia siguen sin respuesta, desde el informe de New Scotland Yard presentado en el parlamento que concluía que el asesinato de Duncan fue un "jugueteo" que salió mal, hasta el juicio por homicidio involuntario de 1988 que termina con la absolución de los ex policías acusados. Nunca se ha condenado a nadie por el asesinato de Duncan.
'Hay belleza en el ritmo': Kelly y Melham como Duncan y el Niño Perdido. Fotografía: Andrew Beveridge
Pero esa nota perenne de justa ira no es la última emoción que nos deja Watershed. Volvemos a ver a una pareja tirada en la orilla del río: son el hombre que se ahoga y el Niño Perdido en un tierno abrazo. Mientras se besan, el Niño Perdido repite su anterior estribillo lúgubre de "el río no olvida mi nombre", en algo más suave. Ahora es un canto de amor a esos inolvidables encuentros anónimos: el olor, las barbas, los largos besos. Que, a pesar del peligro, del ahogo, de la injusticia, hay belleza en el ritmo.
Después de que caiga el telón y termine la ovación, camino a casa por el Karrawirra Parri, pasando por el lugar donde Duncan se hundió a la misma hora de la noche hace medio siglo. Aquí no hay luces llamativas, pero es un lugar difícil de olvidar.
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Watershed: La muerte del Dr. Duncan continúa en el festival de Adelaida hasta el martes 8 de marzo