Redes sociales, anonimato y discurso del odio
¿Alguna vez te has fijado en lo airadas que son las reacciones que se producen entre las personas que van conduciendo? ¿Crees que esas personas reaccionarían igual si estuvieran cara a cara frente a otra persona o personas en la calle? Seguramente no. Es como si estar dentro del vehículo les confiriese una especie de escudo protector tras el cual pueden dar rienda suelta a sus enfados y frustraciones (o, cuanto menos, expresarlas más vivamente). Como si esas personas, dentro de ese cubículo de protección, se transformaran en una especie de ogros irreconocibles —en muchas ocasiones hasta para sí mismos—.
Es por ello que los grandes expertos aconsejan preservar la privacidad en la medida de lo posible en redes sociales. Este artículo de ExpressVPN incluye buenos consejos para mantener la privacidad y reducir el riesgo de sufrir este tipo de comportamientos.
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Pues bien, este símil nos puede servir como apoyo para explicar lo que pasa con el discurso del odio en las redes sociales. Es similar en el sentido de que los haters (aquellos usuarios que se dedican a difamar o a publicar comentarios negativos sobre otros usuarios o personajes públicos), se sienten en una posición de seguridad detrás de la pantalla, como ajenos a las consecuencias que su comportamiento pueda producir en sus víctimas. Se sienten así porque suelen realizar estas actividades desde la protección de sus casas, sin tener a nadie que les pueda enfrentar alrededor. Pero su sensación de “todo vale” va más allá, porque ellos cuentan, además, con la baza del anonimato. Para ello no tienen más que hacerse uno o varios perfiles falsos, y tendrán vía libre para difamar sin que nadie sepa quién está realmente detrás de los ataques.
Ese entorno de protección bajo el que se amparan estos individuos, y que ha propiciado el auge del discurso del odio en internet, y particularmente en redes sociales, trae consigo otra de las razones principales por las que estos comportamientos son tan comunes en el mundo digital. Hablamos de la falta de empatía. El hecho de estar separado por un gran distancia física y emocional de la persona o las personas a las que se dirige el ataque, y no tener acceso directo a sus reacciones, hace que esa empatía brille por su ausencia. La distancia hace que los agresores no sean conscientes de lo que provoca su crueldad, por lo que se crea una falsa sensación de que sus actuaciones no tienen consecuencias. Un poco como si al decir las cosas a una pantalla se olvidaran de que a quien se las están diciendo no es a una combinación de metales y cristal que emite luz y en la que aparece información, si no a una persona de carne y hueso.
Esta falta de empatía entronca con la creciente deshumanización que experimentamos, no solo en la red, si no en muchos otros aspectos de la vida en el mundo moderno. Muchas veces, estando en un mundo tan individualista y egótico como en el que vivimos, nos olvidamos de que el resto de personas tienen sus propios conflictos e inseguridades, y su manera de actuar es muchas veces poco más que un reflejo de eso. Si a esto le añadimos la creciente polarización social y política, y el aumento de los problemas de salud mentales (que se manifiestan en trastornos como la depresión o la ansiedad, pero que no dejan de ser procesos de frustración mal gestionada), damos con el caldo de cultivo perfecto para un entorno en el que discurso del odio crece como la espuma.
Por último, no podemos dejar de mencionar el “efecto arrastre” que se genera en muchas de las plataformas digitales que contienen estos mensajes de odio de los que hablamos. Se trata de otro de los factores principales que explican la predominancia de este fenómeno en este tipo de contextos. Como sabemos, cuando una persona se diluye en la masa, corre el riesgo de dejarse llevar por los impulsos o por los argumentos populistas más que por su propia lógica y sentido común. Esto ocurre en todo tipo de situaciones, y las redes sociales no son una excepción.